miércoles, 2 de mayo de 2012

LEYENDA DE LA MALDICION DELOS TEMPLARIOS



Hace justo siete siglos comenzó la persecución de los templarios. Fue un viernes y 13; desde entonces ése es el día de la mala suerte en toda Europa, excepto en España.


El gran maestre del Temple entró en París como un rey. Su séquito de caballeros, escuderos y sirvientes era espléndido, pero sobre todo impresionaba su equipaje. Viajaba con 150.000 piezas de oro y tanta plata que hacían falta diez mulos para transportarla.
Jacques de Molay era un rey sin reino, el rey del dinero. La Orden del Temple se había convertido en la más importante entidad bancaria del mundo, la primera multinacional financiera de la Historia. Ahí residía su poder, pero también sería su perdición.
En cuanto el gran maestre llegó a París, el rey Felipe el Hermoso le pidió un préstamo para pagar la boda de una hija. El rey de Francia gastaba por encima de lo que tenía, pero Jacques de Molay abrió complaciente la bolsa. Estaba acostumbrado a prestarle a Felipe, de quien era el principal acreedor. Pensaba que así mantenía un control sobre el monarca francés, aunque en realidad lo que había logrado era hacerse al peor de los enemigos. Porque si desaparecía la Orden, pensaba el rey, desaparecerían las deudas.

Denuncia
Dicen que la idea se la dio un templario expulsado de la Orden, que había terminado en la cárcel, condenado a muerte. El antiguo caballero empezó a contar historias tremendas de lo que, supuestamente, pasaba en el Temple: abominaciones inauditas. Adoración del demonio, sodomía, ¿qué más? ¡Ah, sí, al ingresar los caballeros defecaban sobre el crucifijo!
El renegado se convirtió en una fuente informativa y el rey le perdonó la vida. La maquinación se puso en marcha.
En realidad existían ya muchas críticas a la Orden del Temple, una entidad tan poderosa tenía múltiples agraviados y corrían rumores de todo tipo por Europa y el Mediterráneo. La verdad es que los templarios se habían pervertido de su santa, humilde y humanitaria razón de ser inicial.

Todo había empezado en la más absoluta pobreza. Después de que la Primera Cruzada conquistara Jerusalem en 1099, un gran número de peregrinos europeos comenzó a visitar los Santos Lugares, pero eran frecuentemente asaltados en el camino. Un caballero cruzado de los que se habían quedado a defender Jerusalem, Hugues de Payens, que además de hombre de guerra era muy devoto, concibió en 1119 crear una orden religiosa que protegiese a los peregrinos con las armas, lo que luego se llamaría una orden militar. Un total de nueve caballeros se embarcaron en esa aventura. No tenían recursos económicos, pero no les importaba, porque habían hecho voto de pobreza –y también de castidad– siguiendo la regla benedictina. Hugues de Payens incluso tenía que compartir su montura con otro caballero, y de ahí surgió el emblema de los templarios, que es dos guerreros montados en un mismo caballo. Cuando el rey de Francia montó el infame proceso, eso se presentó como un indicio de homosexualidad.

El nombre
Como no tenían ni una mala casa para instalarse, el rey Balduino de Jerusalem les cedió un ala de su palacio, que ocupaba la alta explanada donde en templaotro tiempo estuvo el Templo de Salomón. De esa circunstancia casual tomaron un nombre que se haría famoso: Pauperes Conmilitones Christi Templique Salomonci, es decir, Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de Salomón. La labor de los templarios pronto se hizo notar. Su pericia militar y su entrega a la misión que se habían impuesto les hizo temibles entre las bandas mahometanas que atacaban a los peregrinos. Además se convirtieron en la primera fuerza militar del llamado Reino Latino de Jerusalem, una milicia permanente, siempre dispuesta a entrar en combate. La protección a los peregrinos hizo que les afluyeran muchos donativos. No había ningún viajero a los Santos Lugares que no diese algo de buena gana a quienes hacían el viaje seguro. Entre los peregrinos había nobles y ricos comerciantes, que empezaron a dejar en sus testamentos tierras, castillos, casas y dinero para los templarios. Así, poco a poco, los “caballeros pobres” se fueron haciendo ricos.

El dinero llama al dinero, y los templarios empezaron a preocuparse de aumentar su riqueza. En excavaciones que se han hecho en la Explanada del Templo (hoy llamada de las Mezquitas), se han encontrado indicios de que los templarios se adelantaron a los modernos arqueólogos. Los que gustan de relacionar a los templarios con el esoterismo dicen que buscaban los secretos de la sabiduría de Salomón o el Santo Grial. Más bien parece que buscaban tesoros enterrados por los judíos asediados por los romanos en el año 70, que hicieron del Templo su último lugar de resistencia.
También podían buscar reliquias, que se vendían muy bien a los peregrinos, porque con el tiempo los templarios no sólo protegían la peregrinación, sino que habían hecho un próspero negocio de ella. Habían ideado un sistema de crédito para que los europeos pudiesen viajar a Tierra Santa sin dinero, una forma segura de que no les robaran. El peregrino hacía un depósito en el punto de partida, y recibía una carta de crédito, con la que iba sacando efectivo de las sedes templarias durante su viaje.
El fin
El siguiente paso fue, naturalmente, prestar dinero con interés. Así se convirtieron en el primer banco internacional. Luego vino la catástrofe en Tierra Santa, tras la victoria del sultán Saladino en los Cuernos de Hattín (1187), el Reino Latino de Jerusalem desapareció. Los templarios habían perdido su razón de ser, proteger a los peregrinos en Palestina y defender el Reino cruzado, pero siguieron con sus negocios, que cada vez despertaban más envidias y temores. La idea de crear una especie de Estado templario en el Sur de Francia inquietó a Felipe el Hermoso tanto como las deudas que tenía con la Orden. Deshacerse de ella supondría matar dos pájaros de un tiro. Si encima el rey francés podía confiscar las propiedades del Temple en Francia, serían tres pájaros, y el último muy apetitoso.
Para que se cerrara la trampa era preciso atraer a territorio francés al gran maestre Jacques de Molay, el jefe de la Orden, que tenía su cuartel general en Chipre. El Papa Clemente V, que estaba bajo la influencia de Felipe el Hermoso, pidió a Molay que viniese a Europa con sus altos dignatarios para discutir la organización de una nueva Cruzada. Por eso estaba en París el viernes 13 de octubre de 1307. A partir de esa fecha, la coincidencia de un viernes y 13 se consideraría un día maldito en toda Europa –excepto en España, que siempre ha ido a su aire–.
Esa madrugada, Jacques de Molay fue detenido mientras dormía en el parisino castillo del Temple. En una operación coordinada y secreta, los hombres del rey asaltaron las sedes templarias de Francia y lograron detener a 138 caballeros, aunque muchos se les escaparon.

El proceso fue una farsa inicua. A base de torturas se logró que 130 templarios, incluido el gran maestre, confesaran toda clase de abominaciones sexuales y religiosas. Es muy probable que hombres solos, con voto de no conocer mujer, que además estaban en contacto con la cultura oriental donde la homosexualidad estaba más tolerada, mantuviesen relaciones “contra natura”, como entonces se decía. Seguramente sucedía así en todos los monasterios de Europa. Pero admitir que los templarios adoraban a un ídolo grotesco llamado Bafomet (corrupción del nombre de Mahoma) era absurdo. Sin embargo, esas fueron las acusaciones “probadas”, por las que el Papa –que había intentado resistir sin éxito las pretensiones del rey francés– disolvió la Orden del Temple.
Cuando en marzo de 1314, siete años después de iniciado el proceso, Jacques de Molay fue quemado vivo en el “islote de los judíos” del Sena (hoy Plaza Dauphine), dijo desde la hoguera: “Papa Clemente, rey Felipe: antes de un año yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios para recibir vuestro justo castigo. ¡Malditos, malditos! ¡Seréis malditos hasta la trece generación de vuestra estirpe!”
La maldición del templario se cumplió. Clemente V murió dos meses después, mientras que Felipe el Hermoso contrajo de inmediato una enfermedad misteriosa que se lo llevó al otro mundo antes de que terminase el año.
Estas muertes anunciadas contribuyeron a que la desaparición de la Orden se viera rodeada de un halo de misterio, misticismo y magia. Había desaparecido la primera potencia financiera mundial, pero nació una primera potencia en el campo del esoterismo, que ha dado lugar a todo tipo de historias fabulosas hasta nuestros días.
La Orden del Temple fue formalmente disuelta por el concilio de Vienne en 1312, pero los templarios no desaparecieron. Fueron sañudamente perseguidos en Francia e Inglaterra, pero en España sobrevivieron, absorbidos por las órdenes militares castellanas y aragonesas surgidas en la Reconquista. En otros reinos se desafió la decisión papal. En Portugal conservaron todo su poder y simplemente cambiaron de nombre, llamándose Orden de Cristo, y también gozaron de la protección del rey de Escocia. Una de las leyendas que surgieron sobre los templarios es que habían sido los artífices de la victoria de los escoceses sobre los ingleses en Bannockburn (1314), que aseguró la independencia escocesa por tres siglos. Otra dice que templarios fugitivos de Francia se refugiaron en los Alpes, y allí enseñaron a guerrear a los campesinos de los valles perdidos. Esa sería la explicación de que los suizos, sin tradición caballeresca, se convirtieran en un pueblo de soldados profesionales, mercenarios de garantía al servicio de soberanos de toda Europa hasta el presente, que todavía forman el ejército papal.

Perviven
Lo cierto es que los templarios desaparecieron de la Historia, pero muchos no lo aceptaron. Cuando a principios del siglo XVIII surgió la masonería, algunos masones pretendían descender de los templarios, que siglos atrás habrían creado las primeras logias en Escocia. Al inicio del XIX, en 1808, se celebró en París una gran conmemoración del “mártir templario”, Jacques de Molay, con el respaldo de Napoleón, a quien interesaba desprestigiar a la monarquía tradicional. Y conforme avanzaba ese siglo, el movimiento romántico puso a los templarios entre sus héroes favoritos. Luego serían los adeptos al ocultismo quienes pretenderían recuperar la tradición templaria, mientras que otros buscaban sus tesoros siguiendo mapas astrales y topografías esotéricas. Ya en el siglo XX han surgido una treintena de organizaciones que se llaman y pretenden templarias. Algunas como la Orden de Molay, aparecida en Kansas City en 1919, tuvieron entre sus miembros a celebridades como Walt Disney. ¿Puede alguien creerse al padre del Pato Donald como templario?
Otras son menos jocosas (véase recuadro) por el atractivo que han tenido para neonazis, extremistas de derecha o fundamentalistas enloquecidos. Pero no hay que ser raro ni marginal para sentir la fascinación de los templarios, como demuestra la gran cantidad de libros de todo tipo que se venden sobre el tema.
Entre ellos, el mayor fenómeno mediático de la industria literaria, El Código da Vinci. Algunos pueden pensar que la famosísima novela ha contribuido a resucitar la afición a los templarios. En realidad es al revés, El Código da Vinci no ha hecho más que incorporar astutamente un sujeto fascinante para las masas.
http://www.tiempodehoy.com/cultura/historia/la-maldicion-de-los-templarios
 http://www.tiempodehoy.com/cultura/historia/la-maldicion-de-los-templarios

No hay comentarios:

Publicar un comentario