miércoles, 23 de noviembre de 2011

LEYENDA DE SALOMON Y LA REINA DE SABA


Refiere la Biblia que Salomón, hijo de David y su sucesor al frente de Israel, fue un poderoso y sabio monarca al que la enigmática reina de Saba quiso conocer. Un relato fascinante que nos sitúa en la frontera de la historia.

La historia de la visita de la reina de Saba a Salomón en Jerusalén, motivo de una sugestiva narración en la Biblia, ha inspirado a los artistas durante siglos. La popularidad del tema hizo que surgiera incluso la versión legendaria de una relación amorosa entre los dos soberanos. Y en época reciente una dinastía real en Etiopía pretendía descender del hijo de ambos.
Los historiadores, naturalmente, han rechazado estas construcciones míticas. Algunos, en una postura crítica radical, han dudado incluso de la existencia del mismo Salomón, sobre el que ninguna fuente ofrece noticias explíticas fuera de la Biblia. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas recientes demuestran que en el siglo X a.C. Canaán conoció un período de florecimiento, demográfico y económico, que coincide con la imagen de un reino poderoso que da la Biblia a propósito de Salomón. Asimismo, muchos rasgos de la organización política del Estado salomónico se explican por una influencia directa del Egipto faraónico.
¿Qué decir, entonces, de la visita de la reina de Saba a Jerusalén? La Biblia explica que la reina, cuyo nombre no se especifica, llegó a la capital del reino judío con una gran comitiva de camellos y portando toda clase de aromas, oro y piedras preciosas. Su propósito era poner a prueba la sabiduría de Salomón, cuya fama había llegado hasta sus dominios. Tras entrar en el Templo, construido por el rey, la vista del orden que imperaba la llenó hasta tal punto de admiración que se dio por vencida de inmediato y procedió a entregar a Salomón todos los regalos que traía. Es imposible verificar históricamente la realidad de este episodio, pero al menos se dispone de otros textos en los que se menciona una reina de Shebah o Shabah, situada en el norte de Arabia, una procedencia que encaja con el uso de camellos y de perfumes, típicos de aquel país. Los dos personajes, pues, muy probablemente existieron; y un viaje de la reina a Israel no sería imposible, aunque seguramente los motivos serían más prosaicos, de índole política o comercial.
La Biblia (Libro de los Reyes, 10:10) recoge que el rey Salomón, rey de Judea, en su visita al reino de Saba, recibió innumerables presentes en oro, especias y piedras preciosas de la reina que en aquel momento dirigía el país. El pasaje Bíblico se refiere a la reina Makeda. Ambos, más tarde, tendrían un hijo juntos, de quien el rey Salomón, recuerda el gran parecido físico que el niño tenía con su abuelo, el legendario Rey David.


La identidad de la Reina de Saba ha sido durante mucho tiempo un tema de debate. Sin embargo, todos los indicios apuntan a que se trata de Makeda, la reina etíope.

Según el folklore etíope, cuando el príncipe Tarmin volvió de un viaje comercial a Israel, trajo información sobre la sabiduría del gran Rey Solomon. A Makeda le fascinó lo que le contaron sobre el monarca de Judea y preparó una caravana cargada de regalos para vivsitar a semejante personaje. Al encontrarse, el rey y reina se enamoraron mutuamente, quedando ella admirada de los conocimientos de él, él, de la inteligencia y hermosura de Makeda. Según la tradición etíope, de este amor nacería Menelek, con quien daría comienzo la más larga dinastía real.


Cuando volvió a Etiopía, Makeda extendió la filosofía del Judaismo, y esta influencia duraría hasta la cultura actual etíope.
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Datada hace unos 3000 años, la residencia de la reina Makeda, como se la llama en Etiopía, fue hallada por los investigadores alemanes bajo los muros del palacio de un antiguo rey cristiano en la ciudad sagrada. Para los arqueólogos, el mayor tesoro que albergaba el palacio de la legendaria reina era el Arca de la Alianza, un cofre de madera de acacia negra, recubierto de oro, en el que, según fuentes históricas y religiosas, se guardaban las tablas con los Diez Mandamientos que Moisés recibió de Dios en el monte Sinaí.

 La tradición religiosa etíope asegura que de la breve relación entre la reina de Saba y el rey Salomón nació un hijo, que posteriormente sería conocido como Menelik I, rey de Etiopía, quien presuntamente habría llevado el Arca de la Alianza desde Israel hasta su país. Uno de los mayores misterios que se vienen arrastrando desde épocas pretéritas es la ubicación actual del Arca de la Alianza, si es que sigue íntegra. Es un objeto que lleva perdido unos 2.600 años y, por ello, se albergan muy pocas esperanzas de ser recuperada.
texto completo aqui:
http://www.tendencias21.net/egipto/Hallan-el-Palacio-de-la-Reina-de-Saba_a37.html

Un equipo de arqueólogos alemanes de la Universidad de Hamburgo ha conseguido acabar con uno de los mayores misterios de la Antigüedad al encontrar los restos del Palacio de la legendaria Reina de Saba en la ciudad santa de Axum, en el estado federado etíope de Tigray (norte). (Agencia EFE)

Arqueólogos alemanes encuentran en Etiopía los restos del palacio de la reina de Saba
Datado en el siglo X antes de nuestra era, ha sido localizado en la localidad de Axum

'En ese palacio pudo estar el Arca de la Alianza', dice la Universidad de Hamburgo.

Un equipo de arqueólogos alemanes de la Universidad de Hamburgo ha conseguido acabar con uno de los mayores misterios de la antigüedad al encontrar los restos del palacio de la legendaria reina de Saba, en la ciudad santa de Axum, en el estado federado etíope de Tigray (norte).

El profesor Helmut Ziegert, del Instituto de Arqueología de la Universidad de Hamburgo, que dirige el equipo, está además convencido de que en un altar levantado en el palacio y orientado hacia la constelación de Sirius reposó durante largo tiempo el Arca de la Alianza que contenía las Tablas de la Ley de Moisés.

"Todo cuadra. Los detalles, la datación y la orientación del edificio", ha explicado Ziegert, cuyo equipo realizó el descubrimiento durante la actual campaña de excavaciones de primavera, en la antigua capital de un imperio que abarcó desde Yemen hasta el este de Sudán, controlando el comercio entre África y Asia.

Datada hace unos 3.000 años, la residencia de la reina Makeda, como se llama a la reina de Saba en Etiopía, ha sido hallada bajo los muros del palacio de un antiguo rey cristiano en la capital de la iglesia ortodoxa etíope y la ciudad mas sagrada del país.

El mayor tesoro que albergaba el palacio de la legendaria reina era probablemente el Arca de la Alianza, un cofre de madera de acacia negra recubierto de oro en el que, según fuentes históricas y religiosas, se guardaban las tablas con los Diez Mandamientos que Moisés, según la Biblia, recibió de Dios en el monte Sinaí.

Ziegert ha subrayado que su equipo ha dedicado los últimos nueve años a investigar como llegó el judaísmo a Etiopía en el siglo X antes de nuestra era, a la vez que trata de localizar el emplazamiento actual del Arca de la Alianza.

"En ese palacio pudo estar custodiada durante un tiempo el Arca de la Alianza", donde, según fuentes históricas y religiosas, se guardaban las tablas con los Diez Mandamientos

Añadió que las investigaciones han revelado que el palacio original de la reina de Saba fue trasladado poco después de su construcción y levantado de nuevo orientado esta vez hacia la estrella de Sirius.

El equipo de científicos de Hamburgo presume que Menelik I, rey de Etiopía e hijo de la reina de Saba y del rey Salomón de Jerusalen, según la tradición de la iglesia ortodoxa etíope, fue quien ordenó levantar el palacio en su emplazamiento final.

Las numerosas ofrendas que los científicos germanos encontraron en torno al lugar donde debió de estar el altar han sido valoradas por los expertos como una clara señal de que la especial relevancia del lugar se ha transmitido a lo largo de los siglos.

Los últimos resultados de las investigaciones realizadas en Axum indican que, con el arca de la Alianza y el judaísmo, llegó a Etiopía el culto a Sothis, que se mantuvo hasta el siglo VI de nuestra era, explicó Ziegert.

Dicho culto, relacionado con la diosa egipcia Sopdet y la estrella Sirius, traía consigo que todos los edificios de culto se orientasen hacia el nacimiento de esa constelación.

El jefe del equipo de arqueólogos y científicos alemanes ha subrayado que los restos encontrados en las excavaciones de sacrificios de reses vacunas son una característica también del culto a Sirius practicado por los descendientes de la reina de Saba.

El Antiguo Testamento habla de una reina de Saba, cuyo nombre propio omite, que visitó Israel y regaló grandes tesoros al rey Salomón, del que le impresionó su sabiduría y que le hizo convertirse al monoteísmo y ensalzar a Yahvéh.

La tradición religiosa etíope asegura que de la breve relación entre la reina de Saba y el rey Salomón nació un hijo, que posteriormente sería conocido como Menelik I, rey de Etiopía, quien presuntamente se llevó el Arca de la Alianza desde Israel a su país.

Dicha tradición asegura que el arca se encuentra actualmente en la Iglesia de Nuestra Señora de Sión en Axum, donde es custodiada por la única persona autorizada para verla o tocarla, un sacerdote descendiente directo de los levitas, la tribu de Israel responsable de su cuidado desde que fue construida para acoger los Diez Mandamientos. (Fuente: JUAN CARLOS BARRENA -EFE
 . La reina regaló 4,5 toneladas de oro al rey de Israel.
Menelik I es, según el Kebra Nagast, el hijo de Salomón y la Reina de Saba. Según leyendas etíopes nació en la población de Hamasien en Eritrea. Su madre, cuando volvió de Israel a Etiopía estaba en estado esperando a Menelik I. Se dice de él que llevó el Arca de la Alianza a Etiopía cuando hizo un viaje a Israel para conocer a su padre. Según se cuenta, Salomón ofreció a Menelik de ser su sucesor y este se negó. A cambio, pidió regresar con gente de su corte para llevar a su tierra intelectuales y también sacerdotes, con lo que pretendía alcanzar los logros de Salomón en su país. Salomón le hizo una copia del Arca de la Alianza también, para que pudiera llevársela a Etiopía. Menelik la substituyó por la real y se llevó la verdadera Arca a la capital, Axum, donde algunos cuentan que aún permanece, concretamente en la Iglesia de Santa María de Sion.
Al volver su madre lo nombró rey, convirtiéndose de esta forma en Menelik I, que proclamó al pueblo etíope "pueblo elegido de Dios". El libro sagrado de Etiopía, el Kebra Nagast, narra la historia de Menelik y del Arca de la Alianza.

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martes, 22 de noviembre de 2011

LEYENDA DE ABELARDO Y ELOISA



«...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda su violencia pasada»

Carta de Eloisa a Abelardo
I

Transcurre el año 1142, Europa Occidental bulle de efervescencia intelectual, Paris se está erigiendo en capital del pensamiento, la doctrina escolástica brilla en su mayor esplendor, con el solo razonamiento se puede aprehender la naturaleza. En el Monasterio de San Marcelo, cerca de Chalons, ciudad de Borgoña próxima a las márgenes del Saona, un enfermo de sesenta y tres años, sintiendo próximo su fin, pasa revista a su vida.

Junto a él se halla apilada la prueba de su decisiva aportación al renacimiento cultural, numerosos manuscritos sobre lógica y dialéctica así lo atestiguan. Mas, no es a este tesoro intelectual al que vuelve la vista, sino a un atado de cartas de amor, que le han sido enviadas a lo largo de los últimos veinticinco años por una religiosa, con quien, en aquel entonces, vivió una trágica historia de amor, que ni el tiempo, ni la separación – no habían vuelto a reunirse – relegó al olvido. Pocos años antes lo dejó reflejado en su autobiografía, que tituló “Historia calamitatum”, ¡extraño nombre!, ¿Quizá juzga así su existencia?

Recuerda su infancia en Bretaña donde había visto la luz en 1079, hijo de una familia de la baja nobleza, militares al servicio del poderoso Conde de Nantes. Destinado a la carrera de las armas, pronto encontró en la filosofía su verdadera vocación. Con dieciocho años se incorpora a la escuela de uno de los más afamados maestros, Juan Roscellino, de quien termina discrepando, lo contradice en público y por último, abandona su tutoría.

El nacimiento del siglo XII contempla la entrada en París de un joven Abelardo anhelante de conocimientos y rebosante de ambición intelectual y social. Los dos años siguientes fueron de febril aprendizaje. Ingresa en la escuela de la Catedral para estudiar dialéctica con el más renombrado filósofo de la época, Guillermo de Champeaux. A los pocos meses se repite la historia de Juan Roscellino; Abelardo, perpetuo inconformista, osa contradice la doctrina del maestro; tras una polémica cada vez más acalorada, que provoca entre los estudiantes la formación de sendas corrientes, el alumno sale triunfante y Guillermo acepta las tesis del, hasta entonces, discípulo.

Este éxito catapulta la fama del joven, que confiando en su ciencia, con tan solo veintidós años decide montar su propia escuela. El lugar seleccionado es Melún, ciudad muy importante por aquel entonces. El éxito lo acompaña y muy pronto se muda a Corbeil, más próximo a París, cuya escuela de Nuestra Señora era el blanco de sus aspiraciones. Tanta actividad mina su salud, debiendo retirarse unos años a Bretaña para reponerse. Vuelve a Paris, de nuevo como discípulo de Guillermo de Champeaux y, en 1108, se presenta la ansiada oportunidad; Guillermo es nombrado obispo de la diócesis de Chalons-sur-Marne y Abelardo le sucede a la cabeza de la escuela de París,

Tras otro breve retiro en Bretaña, se dirige a Laón para estudiar teología con el prestigioso doctor Anselmo de Laón. En 1114 retorna como profesor en la escuela catedralicia de París, donde llegó en breve lapso al apogeo de su celebridad.

En este punto, la memoria del monje hace un alto, lágrimas de orgullo asoman a sus ojos, recuerda aquellos tiempos de gloria y rememora, entre los mas de cinco mil alumnos que llegó a tener, alguno de los más famosos: un Papa (Celestino II), diez y nueve Cardenales, más de cincuenta Obispos y Arzobispos franceses, ingleses y alemanes.

De súbito, una nube de tristeza le cubre el rostro; en su memoria acaba de entrar el recuerdo de un personaje singular, que al final decidiría su existencia: Fulberto, Canónigo de la Catedral de París, quien solicita los servicios del afamado maestro como preceptor de su sobrina Eloisa, culta y bella joven de dieciséis años, quien habiendo perdido a sus padres fue confiada a su tutela
La expresión del enfermo cambia de nuevo; la tristeza se troca en alegre melancolía. Está reviviendo aquellos momentos dichosos, ¡los más felices de su vida! en que la inicial admiración intelectual Eloisa hacia su maestro había derivado en una arrebatadora pasión por el varón que la enamoraba. Él no podía ser considerado novicio en lances amorosos, mas, a pesar de su experiencia, había correspondido a tanto ardor con un paralelo ímpetu que le hacía olvidar cualquier convencionalismo.

En la “Historia Calamitatum” reflejó aquellas sesiones en casa de Fulberto:

«...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros   

 que sucedía, tarde tras tarde, en su propia casa.

Al recordar este pasaje de su vida, el pulso del enfermo comienza a latir con violencia; está reviviendo la etapa más intensa de su vida, aquella que le dejaría marcado, en cuerpo y espíritu, para el resto de la existencia que está a punto de espirar.

¡Qué felicidad sin dobleces transpiraba su amada el día que le comunicó su embarazo! ¡Cómo contrastaba la actitud de la joven con las dudas y temores que a él inquietaban! Al final, el amor venció todos los temores, la radiante Eloisa aseguraba que la concepción se había producido la tarde en que el temario de las clases señalaba el estudio del astrolabio, en recuerdo, si el hijo fuese varón llamarían con este nombre.

Cuando Fulberto fue consciente de lo que estaba aconteciendo, tras una primer acometida de indignación, aceptó lo inevitable, procurando imponer una solución que él consideraba razonable. Envió a Eloísa a Bretaña, a casa de una hermana, donde dio a luz un niño, a quien, conforme a lo previsto, pusieron por nombre Astrolabio, mientras que conminaba al padre para reparar por medio del matrimonio la falta cometida.

Abelardo accedió de buena gana a la proposición de Fulberto; pero, para estupor general, Eloísa, con diferentes argumentos, se opuso de manera radical a la boda. Tras un tenaz asedio, al final cedió de su postura inicial con la condición de mantenerlo secreto. Con esta reserva el matrimonio se celebró en París. El airado tío, tras esta primera victoria en la lucha por restaurar el honor perdido, presionó para dar publicidad al vínculo y de esta manera normalizar la situación a los ojos de la sociedad.

De nuevo se opuso Eloísa, quien llega a realizar un juramento formal de que jamás se hubiera casado. La actitud fomentó entre el tío y la sobrina, que vivía con él, una profunda desavenencia que degeneró en malos tratos, llegando la situación a tal extremo que Abelardo se vio obligado a buscar refugio para su esposa en un convento de Argenteuil, cerca de París.

Fulberto, creyendo que Abelardo quería obligarla a hacerse monja para librarse de ella, juró vengarse, y en breve encontró medio de ejecutar su feroz venganza. Sobornó a un criado del filósofo para que les franquease el paso, y una noche, entrando con un cirujano y algunos sayones en el cuarto de Abelardo, entre todos le castran huyendo a continuación.

Piensa Abelardo ¡Qué importa que la justicia apresase al criado y otro de los agresores¡ El castigo: igual mutilación y además la pérdida de los ojos, ¿Le permitirían volver a sentir la anterior pasión? Tampoco el destierro del canónigo Fulberto, al que se confiscaron todos sus bienes, podía reparar lo perdido.

Era el año del Señor de 1118, mis heridas corporales sanaron, pero mi vida entera cambió. Hube de renunciar a Eloisa, que profesó de monja en el convento de Argenteuil, no volviendo a vernos en el resto de nuestras vidas; según las leyes canónicas estoy incapacitado para ejercer oficios eclesiásticos viéndome obligado a ingresar como fraile en el monasterio de San Dionisio.

Las emociones han sido en exceso intensas para este hombre cansado, perpetuo inconformista, castigado de forma atroz en cuerpo y espíritu. El hilo de la memoria se interrumpe, reclina el cuerpo sobre el lecho, cierra los ojos, y mientras dedica un postrer recuerdo a la que nunca dejo de amar, las cartas resbalan de su mano y exhala su último suspiro.

II
                                                                              
Entretanto, a 250 kilómetros del moribundo, en plena Champagne se encuentra la ciudad de Troyes, y en sus cercanías se alza el convento del Parácleto, cuya abadesa, aun joven, es la propia Eloisa. Ha tenido noticias del estado de Abelardo y espera, con mucho dolor pero igual decisión, el fatal desenlace. Está dispuesta a cumplir lo que, sin duda alguna, adivina últimos deseos del agonizante ¡reunirse con su amada!

Entretanto, a 250 kilómetros del moribundo, en plena Champagne se encuentra la ciudad de Troyes, y en sus cercanías se alza el convento del Parácleto, cuya abadesa, aun joven, es la propia Eloisa. Ha tenido noticias del estado de Abelardo y espera, con mucho dolor pero igual decisión, el fatal desenlace. Está dispuesta a cumplir lo que, sin duda alguna, adivina últimos deseos del agonizante ¡reunirse con su amada!

También ella está sumida en los recuerdos. Mas, a diferencia de Abelardo, no adopta una actitud resignada, aún alienta en ella la misma pasión que, veinte años atrás, apenas una niña, le hizo oponerse con fuerza a todo convencionalismo.

No siente particular nostalgia del hijo. Cuando lo separaron de ella, fue confiado a su hermana; más adelante, bajo la protección de otro tío, Porcarius, canónigo en Nantes, siguió la carrera eclesiástica, a la que, dado sus singulares padres, estaba predestinado. Tiene esporádicas noticias de él, ahora está con su tío, de seguro le sucederá en la canonjía.

En cambio Abelardo siempre esta presente en su memoria. Considera que su vida comenzó cuando le conoció, marchitándose en el momento de separarse. Sus arrebatadas cartas lo reflejan con lucidez:

……Para hacer la fortuna de mí la más miserable de las mujeres, me hizo primero la más feliz, de manera que al pensar lo mucho que había perdido fuera presa de tantos y tan graves lamentos cuanto mayores eran mis daños
¡Las cartas! Siempre escasas, no obstante, el único vínculo entre ellos, al que por más de veinte años permanecieron aferrados:

…….Si la tormenta actual se calma un poco, apresúrate a escribirnos; ¡la noticia nos causará tanta alegría! Pero sea cual sea el objeto de tus cartas, siempre nos serán dulces, al menos para testimoniar que tú no nos olvidas
¡Ay, Abelardo!, tan fuerte frente a los hombres y tan tierno conmigo. Nunca me he arrepentido de mi pasión, solo me angustia pensar que mi negativa a hacer pública nuestra unión haya podido ser la causa de tu desgracia A pesar de ser el más brillante dialéctico de Paris, o lo que es igual, de toda la Cristiandad, nunca entendiste mi actitud; iba más allá de la pura conveniencia. .¡Me negaba, y me niego, a que nuestro amor fuera forzado en ningún sentido! ¡No puedo admitir que tanta pasión cambiase de rumbo! Tú, por el contrario, en aras de lo que creías mi tranquilidad, estuviste dispuesto a renunciar a las dignidades que te correspondían por méritos propios.

Tú pudiste resignarte a la cruel desgracia, incluso llegaste a considerarla un castigo al que te habías hecho acreedor por transgredir las normas. ¡Yo, no!, ¡No he pecado! solo amo con ardor desesperado; cada día aumenta mi rebeldía contra el mundo y crece más mi angustia. ¡Nunca dejaré de amarte!. ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!

Pero, ¿qué puedo esperar yo, si te pierdo a ti? ¿Qué ganas voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives, prescindiendo de los demás placeres en ti -de cuya presencia no me es dado gozar- y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma?
Mas, yo te prometo que he de procurarte el descanso que no conseguiste en vida. Ni siquiera aquella Iglesia que tanto amaste ha sido justa contigo, se han condenado tus escritos, has sido perseguido y sufrido un sinfín de injusticias, solo por la valentía de expresar lo que piensas, sin importarte el desacuerdo con los poderosos, sean obispos reyes, papas, santos o concilios.

EPÍLOGO

Eloisa, cuando conoció la muerte de Abelardo se comunica con Pedro el Venerable, abad de Cluny. Este influyente personaje siempre había mostrado especial debilidad por Abelardo, lo demostró en épocas pasadas; cuando más arreciaban las críticas hacia las tesis del filósofo, había conseguido reconciliarle con Bernardo de Clairvaux, su más encarnizado fiscal. Pedro consigue sin dificultad que los restos de Abelardo sean trasladados desde Chalons al Parácleto, donde Eloisa los da sepultura.

Veinte años después, en 1164 moría Eloisa. Dispuso que fuese enterrada en el mismo sepulcro de su enamorado, plantando a continuación un rosal sobre la tierra que los recubrirá.

Aquí, donde acaba la realidad, comienza a tejerse la leyenda: En el momento de ser depositada en la sepultura común, ambos esposos extienden sus brazos para fundirse en un último y eterno abrazo.


   

Nuestro romántico Campoamor veía de esta manera el eterno descanso de los amantes:
El rosal de ella y de él la savia toma,
Y mece, confundiéndolos, la brisa
En una misma flor y un mismo aroma
Las almas de Abelardo y de Eloísa. 
La Revolución suprimió el Parácleto en 1792 vendido en beneficio del Estado; pero exceptuó de la venta el sepulcro que encerraba, según creencia general, los restos de Eloísa y Abelardo. En 1817 los cuerpos se trasladaron a una tumba común en el cementerio de Père Lachaise, en París, donde hoy reposan en el mausoleo neogótico . Allí reciben el tributo de amantes anónimos que con frecuencia depositan flores frescas sobre la lápida.

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domingo, 20 de noviembre de 2011

LEYENDA DE CLEOPATRA




El mordisco de un áspid y adiós a la última reina de Egipto. La historia nos ha contado así el final de la mítica soberana, pero el relato está lleno de cabos sueltos. ¿Cómo pudo una serpiente de dos metros pasar inadvertida? ¿Por qué se suicidaron también las criadas? Hablamos con la investigadora Pat Brown. Ella ha reabierto el caso.

Durante dos milenios, la desaparición de Cleopatra ha actuado como una droga alucinógena en poetas, pintores, historiadores y dramaturgos, que han visto en su suicidio el mejor melodrama romántico de la historia.

La edulcorada versión de la muerte de la reina egipcia que ha pasado a la historia, escrita por Plutarco, afirma que Cleopatra, enloquecida por el dolor que le había producido el fallecimiento de Marco Antonio, envió a Octavio –el futuro emperador Augusto– una esquela sellada en la que le rogaba que le diera sepultura con su amante. Al leerla, Octavio comprende que se trata de una nota de suicidio y envía a sus guardias hasta la cámara donde está encerrada Cleopatra. El espectáculo que contemplan los soldados es desgarrador: la gran reina, la seductora de Julio César y Marco Antonio, regiamente adornada, yace muerta en un lecho de oro. Su criada Eira también está desvanecida a sus pies. Y Carmión, su otra ayudante, ya vacilante y torpe, le está colocando la diadema en la cabeza antes de exalar el último suspiro. Las tres mujeres se habían dejado morder por un áspid que había sido introducido en la cámara de la reina en una cesta de higos.



Plutarco, el autor de este relato, nació 75 años después de la muerte de la reina, así que tuvo que `inspirarse´ en relatos ajenos para trazar el suyo. Lo más probable es que sus fuentes fueran los testimonios de Olimpo, el médico de Cleopatra, y de Augusto, cuyas memorias no han llegado hasta nosotros. Pero su narración sería desestimada en cualquier tribunal de justicia moderno debido a sus contradicciones, inexactitudes y datos inverosímiles. Cualquier detective actual, con los datos en la mano, tendría claro que la muerte de la reina no fue un suicidio, sino un asesinato.



Así lo cree Pat Brown, una jurista estadounidense que se dedica a investigar delitos. Su especialidad son los asesinatos sin resolver y el último que ha estudiado es el supuesto suicidio de Cleopatra.

El primer dato analizado por Brown fue la nota de suicidio que la soberana envió a Octavio. ¿Es así como actúan los suicidas? La jurista es categórica: en absoluto. «Cuando una persona en esta situación escribe una nota –dice–, suele dejarla cerca de su cuerpo para que sea hallada tras su muerte. Lo que nunca hace es mandar un aviso a alguien para que acuda a salvarlo, ese proceder carecería de toda lógica.»



En segundo lugar figura el tema de la serpiente. Los expertos coinciden en que el viaje al otro mundo de Cleopatra tendría que haber sido con la cobra egipcia (Naja haje), una especie representada en los símbolos de la realeza de Egipto y cuya ponzona es una sustancia neurotóxica que bloquea el sistema nervioso. Primero, paraliza los párpados y los globos oculares; luego, los músculos faciales, la lengua y la garganta; después, el pecho y el estómago y, por último, sobreviene la muerte por asfixia. Es un método eficaz que apenas deja marcas, pero que, en contra de lo que sugieren los poetas, produce dolor y angustia.





Tomando estas realidades científicas como base, la historia de Plutarco empieza a hacer aguas. Falla, ante todo, en la secuencia temporal. Se conocen casos de muertes que han acaecido en un lapso de entre 15 o 20 minutos tras la mordedura de una cobra, pero lo normal es que el fallecimiento tarde más en producirse. En el caso de Cleopatra, cuando los guardas de Octavio llegan a la escena del suicidio (en cosa de minutos, según el biógrafo y ensayista griego), se encuentran muertas a la reina y a una de sus criadas, y a la otra, moribunda. Todo un récord de rapidez.

No es imposible, pero la probabilidad resulta remota. Y más lo es aún cuando se tiene en cuenta que las cobras, al morder, no siempre inyectan veneno. David Warrell, profesor de medicina tropical y enfermedades infecciosas en la Universidad de Oxford, estima que cuando una serpiente venenosa propina una dentellada, «sólo existe un 50 por ciento de probabilidades de que inyecte veneno». Además, que una serpiente muerda a tres personas no es imposible, pero las estadísticas vuelven a poner obstáculos casi insalvables para creerlo.

Para Pat Brown, otra incongruencia del relato de Plutarco reside en la actitud de las criadas. «Ellas tuvieron que oír los gritos de Cleopatra al ser mordida, ver a la reina soltar el animal y lanzarse ellas en pos del reptil –afirma–. Si reconstruimos mentalmente el crimen, ¿resulta creíble que tras presenciar semejante situación una de ellas sea capaz de apoderarse del animal para dejarse morder y entregárselo después a su compañera?»

Otro dato que nos conduce a la incredulidad es que cuando los hombres de Octavio llegaron a la estancia, la serpiente había desaparecido. «Cuando se comete un suicidio –admite Brown–, por regla general quedan dos cosas: un cuerpo y la herramienta que se ha utilizado, pues el muerto no ha podido deshacerse de ella. Eso sólo lo puede hacer alguien que acude después a la escena del crimen. En este caso, los hombres de Octavio hallaron los cuerpos de la reina y de sus dos criadas, pero los soldados aseguran que no vieron nada más. Y sin arma homicida, no hay ni asesinato ni suicicio.

Nada de lo dicho hasta aquí demuestra que la muerte de Cleopatra fuese un asesinato, pero esta larga lista de inexactitudes e improbabilidades hacen que el relato de Plutarco sea poco creíble. ¿Quién custodiaba a Cleopatra en el momento de su fallecimiento? ¿Quién se beneficiaba de su desaparición? ¿En quién se basó Plutarco para afirmar que la reina murió por la mordedura de un áspid? La respuesta a las tres preguntas es la misma: Octavio. Si eso no basta para sospechar de él, pensemos en lo que el futuro emperador hizo después: mató a Cesarión, el hijo de Cleopatra.

«Cuando se buscan los móviles de un crimen –dice Pat Brown–, hay que descubrir si tienen explicación. La reina poseía más motivos para seguir viva que para morir, mientras que Octavio Augusto sí contaba con razones para matarla.»
Los detractores de esta teoría sostienen que el romano hubiese preferido mantener a Cleopatra con vida para llevarla presa en su desfile triunfal por las calles de Roma, una práctica usual con los enemigos derrotados. ¿Por qué, entonces, se negó a darse ese gusto? A pesar de su enorme ambición, Octavio era frío, calculador y pragmático, y debió de deducir que tenía más que ganar con la muerte de la reina en Alejandría que exhibiéndola viva por la ciudad romana.
Para asegurarse su destino imperial, Octavio precisaba las riquezas de Egipto y el apoyo de su pueblo, respaldo que difícilmente podría obtener si su adorada reina, encarnación de la diosa Isis, era humillada en un desfile triunfal.
Su camino para convertirse en el emperador Augusto pasaba por eliminar a tres personas que oscurecían sus aspiraciones: Marco Antonio, su rival para hacerse con el poder absoluto del imperio romano; Cleopatra, que apoyaba a Marco Antonio y poseía la llave de Egipto; y Cesarión, el heredero del trono egipcio, nacido de la relación de la reina con Julio César, y único hijo del emperador con un derecho potencial sobre Roma y Alejandría. Uno a uno, los tres desaparecieron y, al parecer, los tres por mandato de Octavio.

Simular el suicidio de Cleopatra fue fácil: Octavio controlaba lo que bebía, lo que comía y a quienes la vigilaban. Su plan, culminado con la historia del áspid, era brillante, pero Brown le pone una pega: «En Egipto no había tradición de criadas que se matasen con sus amas. ¿Por qué lo hacen en este caso? Sencillamente, porque tenían que ser acalladas después de haber sido testigos de un asesinato».

Brown llega aún más lejos. Se cuenta que el criado de Marco Antonio también se suicidó. Pero ¿por qué no deducir que, como las sirvientas de Cleopatra, pudo ser testigo del crimen de su amo y que lo mataron para que guardara silencio? ¿Por qué no pensar en la posibilidad de que Antonio fuese acuchillado por los esbirros de Octavio y llevado por éstos muerto o moribundo al mausoleo donde permanecía Cleopatra para mostrarle que estaba acabada? «Esa indefensión en la que se encontró la reina al ver a su amante moribundo le habría permitido al futuro emperador averiguar el paradero de Cesarión, su tercera víctima», afirma Brown.

Al mismo tiempo, y para que no se le desencajasen las piezas, Octavio había iniciado su `campaña´ de intoxicación mientras Marco Antonio y Cleopatra aún estaban vivos. Gracias a las artes del futuro emperador en el marketing, Roma dejó de considerar a Marco Antonio un general valiente y victorioso, y pasó a verlo como un esclavo embrujado, trastornado por la lujuria y sometido por la prostituta egipcia.
Esa misma máquina de propaganda también es responsable de la versión de la muerte de la reina que ha llegado hasta nosotros a través de Plutarco. Los únicos testigos que sobrevivieron a la desaparición de Antonio, Cleopatra y sus criadas fueron los hombres de Octavio, los mismos que descubrieron la escena del crimen y que contaron que habían visto dos leves, apenas visibles, punturas en el brazo de la faraona muerta.

Cuando el biógrafo griego relató la historia de la muerte de Cleopatra, casi cien años después de los hechos, sólo dispuso de estos testimonios y de detalles de su propia cosecha para trenzar la historia. Pero Plutarco, que sabía que su narración estaba concebida para servir a los intereses de Roma, en su condición de historiador también dejó escrito en su libro un margen para la duda: «Así es como se dice que ocurrió este suceso».

Richard Girling



http://xlsemanal.finanzas.com

                                                                                             
CLEOPATRA
Plutarco en sus Vidas Paralelas, Antonio; capitulo XXVII: la describe así:

“Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje“; “platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil.“

En cuanto a su carácter era impulsiva, espontanea, apasionada, diplomática, y constante en sus proyectos.

Y así cautivo a Antonio, y así lo describe Plutarco en sus Vidas Paralelas, Antonio: Capitulo XXV:

“el amor de Cleopatra, porque despertó e inflamó en él muchos afectos hasta entonces ocultos e inactivos, y si había algo de bueno y saludable con que antes se hubiese contenido lo borró y destruyó completamente. El enredarse en él fue de esta manera: Habiendo de emprender la guerra Pártica, le envió orden de que pasara a verse con él en la Cilicia, para responder a los cargos que se le hacían sobre haber socorrido y auxiliado largamente a Casio para la guerra. Delio, que fue mensajero, luego que vio su semblante y en sus palabras descubrió su talento y sagacidad, al punto se impuso de que Antonio no haría mal ninguno a una mujer como aquella, sino que más bien sería, desde luego, la que privase con él. Conviértase, pues, a obsequiar y ganarse aquella egipcia persuadiéndola, según aquello de Homero, a que fuera a la Cilicia “compuesta y adornada”, y no temiera a Antonio, que era el más dulce y humano de todos los generales, Creyó Cleopatra a Delio, y conjeturó por César y por el hijo de Pompeyo, a quienes siendo todavía mocita había tratado, que le había de ser muy fácil el apoderarse de Antonio, porque aquellos la habían conocido de muy joven y sin experiencia de mundo, y a éste iba a verle en aquella edad en que la belleza de las mujeres está en todo su esplendor y la penetración en su mayor fuerza. Previno, pues, dones, riquezas y adornos, cuales convenía llevase yendo a tratar grandes negocios de un reino opulento, y, sobre todo, puso en sí misma y en sus arterias y atractivos las mayores esperanzas; y así emprendió su viaje.
10 de Agosto del 30 a de C,. Muerte de la Reina Cleopatra




viernes, 18 de noviembre de 2011

LEYENDA DE ORFEO Y EURIDICE



Orfeo era el músico más extraordinario de todos los mortales y con su canto, deleitaba a todas las criaturas de la naturaleza.
El día de su boda con Eurídice, la bella mujer de quien estaba enamorado, cantó mejor que nunca.
Todos a su alrededor parecían festejar su amor con la misma alegría viendo a los amantes paseando felices por la verde pradera.
Sin embargo, la adversidad los acechaba en el camino y se ensañaría con ellos. Una serpiente venenosa mordió a Eurídice, quien dejando escapar un grito de su garganta cayó herida de muerte.
Orfeo, desesperado, trató inútilmente de ayudarla, pero ya era tarde; el veneno se había esparcido por todo su cuerpo sin darle tiempo a nada e irremediablemente al poco tiempo murió en sus brazos.
Orfeo no pudo recuperarse de su profunda pena y toda la naturaleza lo acompañó en su dolor; las aves con sus agudos lamentos y los árboles emitiendo extraños y lúgubres sonidos con sus follajes.
No pudiendo soportar tanto dolor, Orfeo decidió bajar al Averno decidido a recuperar a su amada.
Acompañado por un barquero, atravesó el oscuro pantano del Estigio, que separaba el reino de los vivos del de los muertos; e iluminándose con una antorcha se hundió en las oscuras profundidades de la morada de los muertos.
Lo acompañaron en su travesía los macabros sonidos de los fantasmas errantes, que no lo desanimaron, tan decidido estaba de hallar a su amada.
Encontró los rostros ajados de las Furias, y el perro Cancerbero de tres cabezas que custodiaba el palacio de Plutón y Proserpina, los señores de los muertos que se encontraban sentados en sus tronos.
Se postró a sus pies y tomando su lira comenzó a cantar una hermosa canción sobre su perdida amada.
Todos los presentes lloraron al compás de su triste canto y los reyes se apiadaron de él.
Eurídice fue llamada para que se presentara en el salón del trono y al encontrarse ambos amantes se abrazaron.
Plutón autorizó a Eurídice a regresar al mundo de los vivos pero con una condición, que Orfeo no girase su cabeza para mirarla en su viaje de regreso, debiendo confiar en que ella lo estaría siguiendo.
Orfeo, acompañado del barquero regresó por el mismo camino lúgubre que lo había conducido hasta el Averno, atravesando sus macabras y oscuras sendas y rodeado de tenebrosos aullidos y lamentos.
Mientras atravesaban el río Estigio, Orfeo pudo ver una fuente de luz que anunciaba la salida y ambos se apresuraron a salir de la caverna.
Una vez afuera, Orfeo no pudo evitar darse vuelta para comprobar si detrás de él venía Eurídice, sin recordar que la condición impuesta por los reyes del Averno era que ambos tenían que estar afuera para poder mirarse mutuamente.
Ni bien sus ojos se posaron en el bello rostro de Eurídice, ésta le dijo adiós y desapareció para siempre.
Orfeo quiso seguirla pero espectros fantasmales le impidieron el paso y el barquero se negó a acompañarlo.
Desalentado, subió hasta lo alto de una colina y allí comenzó a llorar desconsoladamente.
Su lamento se fue convirtiendo en una triste melodía que atrajo a los pájaros, animales y árboles del lugar, que mientras lo escuchaban trataban de protegerlo del fuerte viento y de las inclemencias del tiempo.
Fuente:”Torre de Papel”, Mitos Griegos, Mary Pope Osborne, Ed. Norma, 2005
 http://filosofia.laguia2000.com/mitologia/el-mito-de-orfeo-y-euridice
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MUERTE DE ORFEO
Según cuenta Ovidio, Orfeo intentó regresar al inframundo pero Caronte le negó el paso por el río Leteo, así que se retiró a los montes Ródope y Hemo donde estuvo durante tres años evitando la unión amorosa con cualquier mujer, a pesar de que muchas ninfas se le ofrecieron. Seguía cantando y tocando su lira, lo que provocó que los árboles se conmovieran. En ese monte fue cuando fue visto por las Bacantes tracias, que se sintieron despreciadas por él. Apresaron a los animales que lo acompañaban y a él lo apedrearon, lo despedazaron y esparcieron sus miembros. Su cabeza y su lira fueron arrojadas al río Hebro; luego fueron a parar al mar y cerca de la isla de Lesbos una serpiente quiso comerse la cabeza de Orfeo pero Apolo la transformó en roca. Por su parte, Dioniso castigó a las Bacantes convirtiéndolas en árboles. Mientras, el alma de Orfeo reencontró a Eurídice en el inframundo y desde ese momento son inseparables.

jueves, 10 de noviembre de 2011

LEYENDA DE OTELLO Y DESDEMONA

Primer acto

Yago se encuentra hablando con Rodrigo, quien confiesa que está enamorado de Desdémona y le reprocha a Yago que sus consejos han sido inútiles para acercarse a su amada. Yago, a su vez, está furioso con Otelo, porque no le ha nombrado su lugarteniente a él, sino a Casio. Rodrigo avisa a Brabancio, padre de Desdémona, de que ésta se ha escapado con Otelo. En otro lugar, poco después, Yago cuenta a Otelo que ha estado varias veces a punto de matar a Rodrigo porque éste hablaba mal de él. Llega Casio para llamar a Otelo ante el Senado veneciano para que reciba el mando de una expedición a Chipre contra los turcos. Estando allí, Brabancio le acusa de seducir engañosamente a su hija, pero Otelo cuenta toda su historia y hace llamar a Desdémona para que declare si no le sigue por su voluntad. Yago, después, incita a Rodrigo a reunir dinero y a seguir a Otelo para conseguir a Desdémona, cuando ésta se canse de su "moro", que según afirma él es inevitable.

 Segundo acto

En Chipre, una tormenta ha destruido la flota turca antes de que los venecianos combatieran contra ella. Casio ha desembarcado ya; aparece la nave de Otelo, tan esperada por Desdémona, Yago, Rodrigo y la mujer de Yago (Emilia), llegados antes en otra nave. Entre todos ellos se forma una conversación un tanto desvergonzada en sus alusiones nupciales. Aparece Otelo y se va con Desdémona. Yago convence a Rodrigo de que Desdémona, en realidad, está enamorada de Casio, y le incita a provocar a éste para que le quiten su puesto de lugarteniente de Otelo. Chipre está en fiestas: Yago quiere hacer beber a Casio, quien se marcha, pero vuelve con otros (entre ellos, Montano) que ya han conseguido que beba, y se va otra vez. Yago manda a Rodrigo provocar a Casio, que vuelve persiguiendo a Rodrigo. Casio, en lucha, hiere a Montano, que le quería retener. Aparece Otelo, para saber qué riñas son ésas. Las hipócritas declaraciones de Yago contribuyen a que despida a Casio de su puesto de lugarteniente suyo. Quedan solos Yago y Casio; Yago le convence para que apele a Desdémona, y luego (ya solo) decide que Emilia también ayude a Casio en esa tarea.

Tercer acto

Yago va a buscar a Emilia para que Casio hable con ella sobre cómo ver a Desdémona. Casio se entrevista con Desdémona, encargándole que interceda ante Otelo para recuperar su puesto de lugarteniente. Se está despidiendo cuando llega Otelo y le ve irse. Desdémona intercede por Casio ante Otelo, pero éste aplaza el asunto. Yago suscita celos en Otelo, a propósito de esa visita de Casio. Vuelve Desdémona, y encuentra perplejo a Otelo. Se le cae el pañuelo que le había regalado Otelo, con quien se va. Emilia recoge el pañuelo. Yago lo ve al llegar y se lo pide, para dejarlo caer luego en el cuarto de Casio. Vuelve Otelo, ya del todo celoso. Yago le dice que, aunque no pueda ahora probar sus celos, están bien fundados, y le promete pruebas. Desdémona, con Emilia, va a buscar a Casio. Aparece Otelo: Desdémona le dice que ha mandado llamar a Casio para que hable con él. Otelo le pide el pañuelo que, según Yago, habría regalado ella a Casio. Como Desdémona no lo tiene, se va, furioso. Entran Yago y Casio; éste habla con Desdémona sobre la inutilidad de sus intentos de mediación. Casio, que tiene el pañuelo de Desdémona (sin saber que es de ella, por haberlo encontrado en su cuarto, dejado allí por Yago), se lo da a una mujer con quien tiene amores, Bianca.

 Cuarto acto

 Yago, con insinuaciones, aumenta los celos de Otelo, quien sufre un ataque. Yago hace que Otelo se esconda para observar su conversación con Casio, llevada por él malignamente. En realidad, habla acerca de Bianca, pero de modo que Otelo piense que se refiere a Desdémona. Bianca entra entonces y devuelve el pañuelo de Desdémona a Casio, quien se va con ella. Otelo queda convencido al ver el pañuelo: Yago impide que se incline a la compasión y al perdón, y le incita a estrangular a Desdémona. Entra Ludovico, de Venecia, primo de Desdémona, con una carta en que ordenan a Otelo volver a Venecia, dejando a Casio al mando de la flota. Otelo abofetea a Desdémona, ya entregado a sus celos, y le dice que se retire. Ludovico piensa que se ha vuelto loco. Otelo habla de sus celos con Emilia, quien niega toda culpa por parte de Desdémona. Entra ésta, y también rechaza toda sospecha de Otelo. Él se va, y Yago le dice a Emilia que la excitación de Otelo está causada por sus responsabilidades de mando. Se queda solo Yago, y entra Rodrigo, quien le reclama que cumpla su promesa de conseguirle ver a Desdémona, a cambio de lo cual le había dado joyas y dinero . Yago le persuade para que mate a Casio, ya que así no se podrá marchar Otelo, llevándose a Desdémona. Luego, en una escena entre Emilia y Desdémona, ésta canta la famosa canción del sauce, de tristes presagios.y acepta su desvelo

Quinto acto

Yago acompaña a Rodrigo, situándole al acecho para que mate a Casio, pero éste hiere a Rodrigo, aunque es herido por la espalda por Yago. Entra Otelo y alaba a Yago, creyendo que ha herido a Casio en atención a él mismo y a sus celos. Quedan gimiendo Casio y Rodrigo, éste moribundo, aquél herido. Aparece Ludovico, con Graciano, pero no se atreve a acercarse. Entra Yago, en camisa, como si se hubiera acostado ya. Casio le dice que Rodrigo le ha herido, sin saber que es el mismo Yago quien lo ha hecho. Yago remata a Rodrigo para que no descubra su intriga. Llega Blanca, y se llevan herido a Casio, quien declara no conocer al hombre ya muerto (Rodrigo) que le atacó. Yago hace que le retiren. Llega Emilia, ante la cual Yago echa la culpa de la pelea a Bianca.
En la alcoba de Desdémona, entra Otelo con una luz y la despierta. Otelo la acusa de infidelidad y, a pesar de sus negativas, la estrangula. Antes de que muera, entra Emilia para contar la riña en que fue herido Casio, pero la interrumpen los gritos finales de Desdémona ("¡injustamente asesinada!... Muero con muerte inocente"), la cual, sin embargo, muere sin acusar a Otelo. Éste declara a Emilia haberla matado y explica su motivo, la imaginada infidelidad. Emilia defiende la inocencia de Desdémona y, al saber que todo se basa en el testimonio de su marido, Yago, afirma que éste miente, y cuando le ve aparecer, junto con Montano y Graciano, le emplaza a que diga la verdad. Emilia aclara la historia del pañuelo perdido; Yago la mata entonces, furioso de que le descubra en sus intrigas. Entonces hacen prisionero a Yago, y traen también a Casio, herido, para que se aclare todo. Otelo, desesperado, hiere a Yago y se da muerte a sí mismo.


martes, 8 de noviembre de 2011

LEYENDA DE MEDUSA




Medusa
Las Górgonas vivían en la orilla del famoso océano, en la extremidad de la noche donde se encuentran las Hespérides de voz sonora, cerca del país de los muertos.
Medusa era una de las tres Górgonas, y la única mortal de las tres hermanas. Al nacer era muy hermosa, todos la admiraban y felicitaban por ello, con especialmente un lindo cabello y por ser tan bella, tenía muchos pretendientes por lo cual era tan engreída que llego a decir que era superior y mucho más linda que la diosa Atenea.
Cuando Atenea se entera de lo que Medusa estaba diciendo, se enfurece y decide castigarla quitándole su belleza. Convierte su hermoso pelo en serpientes, cubre su cuerpo de escamas y le desfigura la cara, transforma sus manos en bronce, pone alas de oro en su espalda, le agranda los dientes convirtiéndolos en colmillos y la obliga a vivir siempre con la lengua afuera. Pero la furia de Atenea no termina ahí, también convierte a sus hermanas en seres horribles, y además embruja a medusa de tal forma, que todo aquel que la mirara se convertiría en piedra.
Después de un tiempo, Perseo organiza una expedición para ir a matar a Medusa, con la ayuda de Atenea logra cortarle la cabeza sin tener que mirarla.
De la sangre del cuello cortado, nacieron los dos hijos de Medusa y Poseidón, Pegaso el caballo alado y Crisaor.
Perseo utiliza la cabeza de Medusa para convertir a un horrible gigante en montaña y luego le da la cabeza a Atenea, quien la coloca en su escudo, así de esa manera sus enemigos quedaban convertidos en piedra con solo mirarla.
http://html.rincondelvago.com/mitologia-griega.html
 
Las tres hermanas gorgonas —Medusa, Esteno y Euríale— eran hijas de Forcis y Ceto, o a veces de Tifón y Equidna, en ambos casos monstruos ctónicos del mundo arcaico. Esta genealogía la comparten sus otras hermanas, las Greas, como en el Prometeo liberado de Esquilo, quien ubica ambas trinidades muy lejos, en la «espantosa llanura de Cistene»:
No lejos, las alígeras hermanas
Con serpientes por cabellos; las gorgonas
Enemigas del hombre

Aunque los pintores de vasijas y talladores de relieves griegos antiguos imaginaban a Medusa y sus hermanas como seres nacidos con forma monstruosa, los escultores y pintores del siglo V empezaron a imaginarla como hermosa a la par que terrorífica. En una oda escrita en el 490 a. C. por Píndaro ya se habla de la «Medusa de bellas mejillas».En una versión posterior del mito, narrada por el poeta romano Ovidio,Medusa era originalmente una hermosa doncella, «la celosa aspiración de muchos pretendientes» y sacerdotisa del templo de Atenea, pero cuando fue violada por el «Señor del Mar» Poseidón en él, la enfurecida diosa transformó su hermoso cabello en serpientes.
En la mayoría de las versiones de la historia, Medusa estaba embarazada de Poseidón cuando fue decapitada mientras dormía por el héroe Perseo, que había sido enviado a buscar su cabeza por el rey Polidectes de Sérifos. Con la ayuda de Atenea y Hermes, que le dio las sandalias aladas, el casco de invisibilidad de Hades, una espada y un escudo espejado, Perseo cumplió su misión. El héroe mató a Medusa acercándose a ella sin mirarla directamente sino observándola a través del escudo para evitar quedar petrificado. Su mano iba siendo guiada por Atenea y así cortó su cabeza. Del cuello brotó su descendencia: el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor.
Jane Ellen Harrison argumenta que «su potencia sólo comienza cuando su cabeza es cortada, y aquella potencia reside en la cabeza; ella es en una palabra una máscara con un cuerpo más tarde añadido... la base del Gorgoneion es un objeto de culto, una máscara ritual incomprendida». En la Odisea, Homero no menciona específicamente a la gorgona Medusa:
el pálido terror se apoderó de mí, temiendo que la ilustre Perséfone me enviase del Hades la cabeza del horrendo monstruo grisáceo
Lo que Harrison traduce como «la gorgona fue creada del terror, no el terror de la gorgona.»
Según Ovidio, Perseo pasó por el noroeste de África junto al Titán Atlas, que estaba allí sujetando el cielo, y lo transformó en piedra. De forma parecida, se decía que los corales del Mar Rojo se habían formado de la sangre de Medusa que salpicó las algas cuando Perseo dejó la cabeza petrificadora junto a la playa durante su breve estancia en Etiopía, donde salvó y se casó con la hermosa princesa Andrómeda. Incluso se decía que las víboras venenosas del Sáhara habían brotado de las gotas caídas de su sangre.
Perseo voló entonces a la isla de su madre, donde ésta estaba a punto de ser casada por la fuerza con el rey. Gritó «Madre, protege tus ojos», y todos menos ella fueron convertidos en piedra por la vista de la cabeza de la Medusa.
Entonces le dio la cabeza a Atenea, quien la colocó en su escudo, la égida. Según algunas fuentes, la diosa le dio la sangre mágica de Medusa al médico Asclepio, pues la que manaba del lado izquierdo del cuello era un veneno mortal, y la del lado derecho tenía el poder de resucitar a los muertos.
Aunque algunas referencias clásicas aluden a las tres gorgonas, Harrison considera que la multiplicación de Medusa en un trío de hermanas era un rasgo secundario del mito:
La forma triple no es primitiva, sino simplemente un ejemplo de una tendencia general... que hace de cada diosa una trinidad, lo que nos ha dado a las Horas, las Cárites, las Erinias y una multitud de tríos más. Es inmediatamente obvio que las gorgonas no eran realmente tres sino una más dos. Las dos hermanas supervivientes son meros apéndices debidos a la costumbre: la auténtica gorgona es Medusa.
Según cuenta Pausanias, el mito de Medusa es una versión novelada de la historia de una reina quien, tras la muerte de su padre, habría recogido ella misma el cetro, gobernando a sus súbditos cerca del lago Tritonide, en Libia. Habría muerto de noche durante una campaña contra Perseo, un príncipe del Peloponeso.
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