jueves, 17 de mayo de 2012

LOS CATAROS

 Castillo de Montsegur

El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras del Mediodía francés, especialmente el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.

Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca.
Cruz occitana


En respuesta, la Iglesia Católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.
llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.

Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara


Santo Domingo y los albigenses de Pedro Berruguete.
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.

Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.

El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. El Papa, por su parte, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.

La cruzada contra la herejía

En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar.
 Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de Albí, Béziers y Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la «compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado con el rey Pedro el Católico (señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminaron a la población, sino que simplemente les obligaron a a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa).
A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.

El movimiento cátaro, con sus luces y sombras, debe analizarse en su contexto histórico. No fue un hecho aislado sino parte de un conjunto de alternativas religiosas de la época, entre las que destacó por su gran difusión y por lo radical de su propuesta. Dichos movimientos heréticos contradecían dogmas establecidos del catolicismo, por lo que la Iglesia se esforzó en vigilarlos, regularlos y/o perseguirlos. Más allá de los intereses implicados en la cruzada y de la obvia injusticia que ésta representó, la fe cátara fue especial objeto de persecución porque (oponiéndose frontalmente al catolicismo) predicaba un dualismo absoluto, un espíritu y una materia irreconciliables, a diferencia de otras sectas gnósticas que eran más moderadas y que recibieron una tolerancia significativamente mayor por parte de la Iglesia.
La realidad histórica del catarismo ha sido a menudo objeto de distorsión, en sentido negativo o positivo, bajo perspectivas ideológicas diversas. Algunos, como la Iglesia y otros poderes de la época, no comprendieron el descontento con el materialismo y los abusos de las instituciones religiosas y políticas subyacente en el éxito de estas herejías. Otros han idealizado a los cátaros y los describen como "cristianos verdaderos" o "cristianos evolucionados", una religión supuestamente avanzada a su época, que despreciaba completamente la materia.

También se discute el papel de la mujer en el catarismo, ya que si bien existía cierto igualitarismo, así como Perfectos y Perfectas, esto no respondía a ideas avanzadas sino al rechazo total del sexo y la procreación, expresiones impuras de la materia para los cátaros y por tanto no merecedoras de consideración.
 Los cataros origen de la heregia


La visión, muy difundida, de una sociedad cátara languedociana pacífica y armoniosa en contraste con el resto de la sociedad feudal, dominada por nobles crueles y ambiciosos y una Iglesia embrutecida por intereses terrenales, también debe ser matizada. La sociedad civil cátara pudo ser relativamente permisiva (más por la indiferencia total hacia los asuntos mundanos que por una mentalidad abierta), pero los cátaros, como la Iglesia y los nobles, no renunciaron a ejercer sus propias formas de intolerancia y violencia religiosa. En cuanto a las simpatías de la nobleza local por los herejes, éstas se debieron al interés más que a la convicción, relación análoga a la que mantenía la aristocracia del resto de Europa con el clero católico.
 la ruta de los cataros



La literatura esotérica ha otorgado a los cátaros el papel de guardianes de supuestos secretos legendarios (como el Santo Grial) y los ha relacionado equívocamente con los Templarios y los Hospitalarios. Algunos sectores románticos del nacionalismo occitano han idealizado el pasado cátaro, contribuyendo todavía más a la alterada imagen que a menudo se tiene hoy de este movimiento religioso.

El movimiento cátaro, con sus luces y sombras, debe analizarse en su contexto histórico. No fue un hecho aislado sino parte de un conjunto de alternativas religiosas de la época, entre las que destacó por su gran difusión y por lo radical de su propuesta. Dichos movimientos heréticos contradecían dogmas establecidos del catolicismo, por lo que la Iglesia se esforzó en vigilarlos, regularlos y/o perseguirlos. Más allá de los intereses implicados en la cruzada y de la obvia injusticia que ésta representó, la fe cátara fue especial objeto de persecución porque (oponiéndose frontalmente al catolicismo) predicaba un dualismo absoluto, un espíritu y una materia irreconciliables, a diferencia de otras sectas gnósticas que eran más moderadas y que recibieron una tolerancia significativamente mayor por parte de la Iglesia.
La realidad histórica del catarismo ha sido a menudo objeto de distorsión, en sentido negativo o positivo, bajo perspectivas ideológicas diversas. Algunos, como la Iglesia y otros poderes de la época, no comprendieron el descontento con el materialismo y los abusos de las instituciones religiosas y políticas subyacente en el éxito de estas herejías. Otros han idealizado a los cátaros y los describen como "cristianos verdaderos" o "cristianos evolucionados", una religión supuestamente avanzada a su época, que despreciaba completamente la materia. 
También se discute el papel de la mujer en el catarismo, ya que si bien existía cierto igualitarismo, así como Perfectos y Perfectas, esto no respondía a ideas avanzadas sino al rechazo total del sexo y la procreación, expresiones impuras de la materia para los cátaros y por tanto no merecedoras de consideración.
La visión, muy difundida, de una sociedad cátara languedociana pacífica y armoniosa en contraste con el resto de la sociedad feudal, dominada por nobles crueles y ambiciosos y una Iglesia embrutecida por intereses terrenales, también debe ser matizada. La sociedad civil cátara pudo ser relativamente permisiva (más por la indiferencia total hacia los asuntos mundanos que por una mentalidad abierta), pero los cátaros, como la Iglesia y los nobles, no renunciaron a ejercer sus propias formas de intolerancia y violencia religiosa. En cuanto a las simpatías de la nobleza local por los herejes, éstas se debieron al interés más que a la convicción, relación análoga a la que mantenía la aristocracia del resto de Europa con el clero católico. 
La literatura esotérica ha otorgado a los cátaros el papel de guardianes de supuestos secretos legendarios (como el Santo Grial) y los ha relacionado equívocamente con los Templarios y los Hospitalarios. Algunos sectores románticos del nacionalismo occitano han idealizado el pasado cátaro, contribuyendo todavía más a la alterada imagen que a menudo se tiene hoy de este movimiento religioso.
****************

Vida y muerte en la religión cátara




Los cátaros aun sin tener como norma el suicidio, si aceptaban la muerte de una manera pasiva, llamada “endura”, dejándose morir por inanición, en todo caso se aplicaba esta en casos excepcionales y de una manera totalmente voluntaria, por el sistema de cortarse las venas, baños alternativos de agua muy fría y caliente, con el fin de provocar congestiones pulmonares, que terminaran con la muerte del cátaro, incluso despeñándose por un precipicio.

Teniendo en cuenta que en la Edad Media, la longevidad humana se situaba entre los 35 y 40 años de edad, con pocas posibilidades de curación ante cualquier tipo de enfermedad, puesto que la medicina aun era muy primitiva, al no aceptar el cristianismo, el desarrollo ni el intento de cualquier avance científico, aceptando las enfermedades o accidentes como castigo por los pecados cometidos, y en todo caso era: “la voluntad de Dios”, los cátaros no aceptaban esta manera de ver las cosas, considerando una falta de libertad del individuo.

La muerte en la Edad Media en el ámbito religioso, era el paso ineludible por medio del cual el espíritu era liberado a la vida eterna, también lo era entre los cátaros, con gran diferencia con respecto del cristianismo romano, siendo vista por estos de forma mucho menos dramática, la Iglesia siempre mantenía la espada de Damocles pendiente sobre las cabezas de sus feligreses, en el temor al fuego eterno, de no seguir los dictados que a fuerza de dogmas y terribles amenazas infernales, caería inexorablemente sobre ellos, lo que les hacía vivir en un constante temor al castigo divino, contrastando con la creencia de los cátaros, en una vida preparatoria para el tránsito final, como algo lógico y natural.

La visión católica de aquellos momentos, en cierto modo aterrorizaba a las gentes, puesto que toda aquella persona distanciada del dictado eclesiástico, podía abocar al individuo al fuego eterno, en contraste con los cátaros, los cuales si bien estaban sujetos a ciertos mandatos por sus obispos, no existía otro compromiso para sus fieles, que el producir actos de buena fe hacia el prójimo sin importar su credo, ni posición social, cuyo logro cátaro era, recibir al final de su vida el “consolamiento” siéndoles perdonados todas sus faltas y pecados.

Existían similitudes, entre católicos y cátaros, en cuanto a creencias sobre el alma, la cual permanecía en el cuerpo durante tres o cuatro días, hasta lograr su total liberación con la ascensión a los cielos, por cuanto en todas las casas donde se velaba a un muerto, desprendían del tejado una o dos tejas, a fin de que el espíritu del finado pudiera salir libremente a traves de ellas, estas y otras costumbres fueron decayendo entre los cátaros con el tiempo, tampoco estos mostraban su dolor como hacían las gentes de la Edad Media, arrancándose los cabellos, o gritando desesperadamente para mostrar su luto, en eso los cátaros lo tenían bien claro, el cuerpo pertenecía al “Mal” por cuanto la muerte les liberaba de lo material, en un tránsito gozoso, al fin dejaban de sufrir las penalidades que la vida les hubiera deparado, con lo cual, el alma cátara purificada por sus buenas obras y el consolamiento, accedía hacia el Reino de Dios.

Era especialmente chocante para los que no fueran cátaros, la forma de aceptar el suplicio del fuego en la hoguera, a ella se sometían incluso entonando cánticos, puesto que para los cátaros era inconcebible ceder en sus creencias, aun sabiendo el final tan doloroso, los cátaros preferían el sacrificio, que la pérdida de sus almas, similitud esta comparable a los primeros cristianos, enfrentados a la muerte en los circos romanos.

La reencarnación en la religión de los cátaros,consistia al igual que otras religiones orientales, en la transmigración del alma tras la muerte, pudiendo adoptar el sexo contrario al que pertenecian en vida, o bien seguir sin este cambio sexual,otra originalidad en las creencias de los cátaros, consistia en la pérdida de la clase social y por tanto la transmisión hereditaria, haciéndoles a todos los cátaros iguales entre si.





No hay comentarios:

Publicar un comentario